El relato macrista
El autor de la nota analiza la lógica política del Gobierno de Mauricio Macri a casi 2 meses de su llegada al poder, haciendo principal hincapié en el lenguaje desarrollado por este espacio y quitándole al kirchnerismo la exclusividad del uso del "relato", ya que, se afirma, el relato es inhenerente a toda praxis de gestión. Una mirada crítica para pensar y repensar el discurso gubernamental.
Por Emmanuel Rossi
Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.
Julio Cortázar
La batalla por el lenguaje es la batalla por el pensamiento, por la cultura; la batalla por el lenguaje es, en última instancia, la batalla por la realidad. El carácter connotativo del lenguaje conlleva una carga simbólica que según su fuerza hegemónica puede generar apreciaciones positivas o negativas sobre una misma definición.
Es común encontrar en “la política” tanto la idea de herramienta de transformación social, como también la de un lugar funesto, perverso, corrupto, que atenta contra una sociedad.
Por estos días, la batalla por el lenguaje, y más precisamente por las palabras, se da de manera evidente. El lenguaje es inherente a la política y "el relato", tan asociado al kirchnerismo por parte de sus detractores, es, en realidad, una cuestión adyacente al accionar político todo. Esto dicho en sentido de Paul Valéry: "Para gobernar no alcanza con la pura coerción, también hacen falta fuerzas ficticias". Esas "fuerzas ficticias" tienen que ver con lo simbólico. Y, en este sentido, cuando se impulsan políticas que son antipáticas para las mayorías el relato aparece desnudo. Para despedir trabajadores, el relato reza: "son ñoquis". Para generar una devaluación de la moneda, el relato culpa la herencia de la administración anterior. Además, ahora las tarifas no aumentan sino que “se sinceran”. Y así podríamos seguir. Sin embargo, en el caso de imponer jueces por decreto el relato no logró hacer pie y Mauricio Macri retrotrajo en parte su decisión.
Claro que la retórica gubernamental debe contar con un público al cual adecuarse y que, además, contenga una disposición a aplaudir o soportar estoico ciertas medidas. Es palmario que ese público no iba a tolerar tan naturalmente una devaluación de más del 35% del peso nacional si esta medida hubiera sido impulsada por Daniel Scioli, pero con Macri no hubo prácticamente ningún problema.
Por otro lado, un largo derrotero de demonizaciones sobre distintas prácticas hizo en los últimos años que diversas acciones que, a priori, se presentaban como loables ya no lo parezcan tanto. El ejemplo más claro es el de "militar". La militancia, ese acto de compromiso político y solidario para con el otro, se ha tornado, según este discurso que analizamos, un lugar de acomodo y/o de heteronomía ("militontos"). Pero esta carga negativa sobre la militancia, principalmente de la juventud, no es un caso aislado y mucho menos inocente.
"Debemos limpiar el Estado de la grasa militante", expresó sin tapujos días atrás el Ministro de Hacienda Alfonso Prat-Gay; este sintagma podría ir acompañado de otros muchos de similar índole que los dirigentes macristas lanzaron en los últimos tiempos. El titular del ahora intervenido AFSCA, Martín Sabbatella, fue acusado de “estar politizado” en otra embestida contra la política, herramienta por excelencia de transformación social.
Los despidos masivos de trabajadores del Estado acusados (todos y cada uno) de “ñoquis” son el corolario obvio del relato, relato que (dato para nada menor) cuenta no sólo con el beneplácito sino también con el impulso de los grandes medios de comunicación.
Otra arista de este discurso del poder encuentra basamento en la (falsa) lógica binómica kirchnerismo/antikirchnerismo. Y en este sentido, cualquier cuestionamiento al actual gobierno halla rápida respuesta en algo presuntamente parecido que hicieron Néstor o Cristina Kirchner. El problema se centra en que muchos ciudadanos no son (somos) ni macristas ni kirchneristas y esa excusa no sirve en términos prácticos, pero sin embargo el relato avanza incólume.
Volviendo a la lógica despolitizadora de este lenguaje, insisto, para nada inocente, podemos ver más muestras, que aisladas no nos dirían mucho, pero en el actual contexto marcan un horizonte: los futuros nuevos billetes sin historia ni próceres, sino con animales; el perro “Balcarce” en el Sillón Presidencial; el baile de Macri en el simbólico balcón “de Perón” en la Rosada, etc., son también parte de una política: la antipolítica. Si la militancia toda es espuria, y también la política, surge la tecnocracia como elemento superador: he allí los CEOs de grandes empresas en el gabinete presidencial, presuntos paladines de la eficiencia administrativa nunca contaminados con temas tan vulgares y deletéreos como la política. Del nuevo relato se desprende que no es necesario comprometerse ni luchar por ningún ideal desde la sociedad civil; esa posición, a su vez, podría ser denostada fácilmente acusando a quien se atreve a participar de estar rentado o de no pensar per se, o sea, ser un militonto.
Esta lógica discursiva viene desde hace tiempo, y el macrismo la capitalizó fácilmente ya que se amalgama de manera directa con los principios de la derecha política, por más que, también, hayan querido pulverizar las cuestiones ideológicas, que siempre existen (existieron y existirán) porque todos tenemos una cosmovisión, es decir, una forma de ver el mundo, un rumbo...
Quienes apoyaban al anterior gobierno (o simplemente veían con buenos ojos algunas medidas aisladas) fueron tildados por el antikirchnerismo más furibundo de obtener algo a cambio ya que no hay convicción, ni ideología, ni compromiso, ni empatía, según este relato. Eran los "planeros", luego perfeccionados en "choriplaneros", cristalizando, además, un claro desprecio por las cuestiones populares.
Toda esta ebullición discursiva fue caldo de cultivo para que Mauricio Macri iniciara su gestión sin tomar ninguna medida que beneficiase al pueblo trabajador -la mayoría del conjunto argentino- y sin embargo su imagen se mantuviera inamovible. Pero esto recién comienza, y ahora resta ver hasta cuándo el relato surte efecto, porque siempre que hay poder hay resistencia. En este momento, para quienes están (estamos) en la vereda de enfrente de esta lógica política, la batalla por el lenguaje es, entonces, la madre de todas las batallas.