Intento de magnicidio: tener más preguntas que respuestas con periodistas en la grieta
Análisis por Lilí Berardi Directora de LaNoticia1.com
Una pistola falsa o verdadera a diez centímetros de la frente: los hechos.
Seis minutos de ventaja para el payaso, sicario o asesino: la realidad en riesgo.
Un segundo para posar el dedo en “twittear”: la fatalidad.
Tres situaciones posibles para un periodista que debe recordar su primer manual de instrucciones: distancia, reflexión y dimensión.
Los que le encontramos la vuelta a poder escurrirnos entre las hendijas de la dictadura, dudamos de las intenciones absurdas de la guerra de Malvinas, nos abroquelamos en Semana Santa del 87 y ayudamos a estimular o construir convicciones, necesitamos volver a preguntar. Sólo eso.
Para el resto hay miles de millones de humanos y máquinas que reproducen y multiplican mensajes sin el más mínimo rigor de verdad.
Frente a la pistola en la cabeza no se buscan opiniones ni pronunciamientos. Se busca información y explicaciones. Frente a los hechos, se buscan datos para la puesta en dimensión de esa noticia que va a entrar en el torrente sanguíneo del sistema de información y que según el correcto recorrido pasará por el corazón pero alimentará con su oxígeno al cerebro.
Este es el debate que a diario se puede desencadenar en una redacción de cualquier medio que aún preserve la vocación genuina del tener más preguntas que respuestas a la hora de intermediar o decodificar aquello que ocurre y luego se consume en cada hogar. En los múltiples formatos que desplazaron a la prensa gráfica que otrora garantizaba con una firma la responsabilidad de una publicación no existen distinciones claras. Tampoco hay tanta gente dispuesta a cuestionarse si aquello que repite o viraliza es veraz.
Frente a la pistola en la frente de nuestra vicepresidenta los periodistas de “este modelo agotado de informar” podemos pedir una pausa para pensar qué vamos a decir y cómo vamos a informar. Lejos de meter la nariz en la red social vamos a observar junto a lectores, oyentes, televidentes o internautas.
El comportamiento de la custodia presidencial, el alerta máximo a todos los organismos de seguridad del Estado, el encendido de alarmas sanitarias ante los hechos que puedan ocurrir, la grabación de imágenes que no necesariamente puedan ayudar a que quien empuña o manda a empuñar la pistola tenga ventaja.
Ese es el paso de la reflexión frente a un hecho tan grave como el mismísimo momento en que un avión se estrella en las Torres Gemelas, explota la AMIA o se derrumba la estatua de Saddam Hussein. Más sencillo y traducido: ganar el tiempo que tardan las neuronas en conectar para ser eficaz, veraz, creíble, prudente y responsable.
La distancia es el segundo pie del periodista. Sacar nombres y apellidos, dejar cargos y rangos, alejarse del calor del fuego que invita a no tener frío y abrigarse fácil. Mojarse los pies, quemarse o arriesgar la vida si es necesario para defender la trinchera de la verdad. No emocionarse más de lo necesario, erguirse, asomar la cabeza y en todo caso; sobrevolar. Mirar desde el ángulo correcto cuál es el hecho y calzarlo en el lugar adecuado para no magnificar ni minimizar. La distancia no es para no sentir. Es para poder pensar.
Y ahí sobreviene la dimensión. Después de reflexionar, de tomar distancia del facilismo que nos tienta desde el repiqueteo con el que taladran las notificaciones de un celular.
¿Qué es lo que sé sobre los magnicidios? ¿Cuántos hubo en el mundo? ¿Cuántos en cada continente? ¿Cuántos en el que habito?¿Cuántos se consumaron? ¿Cuántos fueron planificados? ¿Cuántos fueron ocasionales y cuántos organizados?
¿Por qué nos divierte Menem con la Ferrari a 200 kilómetros por hora? ¿Por qué Alfonsín fue sólo con un chaleco antibalas y dos ministros a Campo de Mayo? ¿Por qué Néstor se golpeó con el bastón de mando el día de su asunción y sólo se secó con un pañuelo? ¿Por qué Alberto manejó su propio automóvil el día de su asunción? ¿Por qué preferimos que no haya nadie para prevenir o vigilar cuando sabemos que puede ocurrir algo?
Allí apenas el principio de la tarea.
¿Cómo se entrena una custodia? ¿Quién limita el accionar de una custodia? ¿A cargo de quién o quiénes están las custodias de personas con relevancia institucional? ¿Qué recursos tienen? ¿Cuáles son sus facultades? ¿Obedecen al mando de quien custodian o a su deber de proteger hasta morir?
Y luego, algunas respuestas que no nos van a gustar en un país donde ver una charretera no se sabe si es salvación o peligro.
¿Cuál es el protocolo de protección de la personalidad en riesgo? Ante una mínima herida, ¿cómo sale una ambulancia en medio de un tumulto y cuál es la distancia que recorre? ¿Dónde están escritas las instrucciones de evacuación? ¿Quién se hace cargo de una descompensación física y quién de la persecución al portador de un arma? ¿Qué antecedentes tenemos de situaciones similares?
Ser periodista es procurar siempre llegar al infinito. No parar de preguntar. NUNCA.
Hacerse preguntas y hacer las preguntas sin límites.
La impotencia que genera pararse frente a la lápida bajo la que reposa la verdad nos hace sentir el fracaso. Rascar el mármol para rescatarla y darnos tiempo a invitar a que todos puedan valorarla y devolverle importancia no será tarea fácil.
Como periodista prefiero estar ahí, horadando el mármol y llegar hasta aquí sin siquiera haber tipeado el nombre de la dueña de la frente que no percibió la aparición de una pistola a diez centímetros de su frente.
Se llame Kennedy, Indira Gandhi, Olof Palme, Salvador Allende, Lennon, Guevara, Bolsonaro o Cristina, reflexión, distancia y dimensión.
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