La desconocida historia de un cura bonaerense admirado en el mundo
Lo llaman "el apóstol de la basura" y "el albañil de Dios". Nació en San Martín, estudió en Lanús, vivió en Ramos Mejía e hizo el noviciado en San Miguel. En 1975 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Luján y ese mismo año decidió emprender un viaje que le terminó marcando la vida. Rescató de la pobreza extrema a medio millón de personas construyendo una ciudad sobre un basural. La historia que pocos conocen sobre el hombre que puede cambiar al mundo.
La historia de Pedro Pablo Opeka es tan increíble como asombrosa. Se trata de un caso más de un referente mundial que no es profeta en su tierra. Prácticamente es un total desconocido en el territorio bonaerense. Hijo de inmigrantes eslovenos que llegaron a la Argentina en enero de 1948, Pedro nació hace 68 años en San Martín. De la mano de su padre, desde niño aprendió el oficio de la albañilería. A los 15 años entró a un seminario de la orden Lazarista para ser un clérigo de la Iglesia Católica. Su juventud está directamente relacionada con la provincia de Buenos Aires, ya que estudió en Lanús, vivió en Ramos Mejía e hizo el noviciado en San Miguel. Cuando cumplió 22 años terminó sus estudios y fue ordenado sacerdote en la Basílica de Luján. Ese mismo año decidió hacer un viaje a Madagascar, uno de los países más pobres de todo el planeta.
Las condiciones de extrema pobreza en las que vivían los habitantes lo afectaron a tal punto que decidió quedarse trabajando en ese lugar. A partir de ahí, se propuso intentar sacar a los pobladores de esa situación para que puedan tener una vida más digna. Por ser blanco no le resultó sencillo insertarse en la comunidad africana pero logró integrarse gracias a su pasión por el fútbol: "Los domingos después de misa me venían a buscar para llevarme a la cancha". Pedro se enterró en el barro hasta la cintura para cultivar arroz y enseñó a los pobladores a cultivar para intentar paliar el hambre del pueblo. Enseñó a leer y escribir a miles de niños analfabetos. A los adultos les enseñó el oficio de la construcción y de esta manera levantó centenares de casas sobre terrenos que antes eran basurales, viviendas dignas construidas por la gente del lugar.
El Padre Pedro además logró reducir la mortalidad infantil llevando agua potable hasta el lugar. Antes, producto del consumo de agua contaminada, morían hasta 7 niños por familia. El sacerdote también impulsó la cultura del trabajo y la importancia del desarrollo de cada habitante. Hoy son 17 pueblos que conforman una verdadera ciudad llamada Akamasoa, levantada donde antes solo había un basural. Allí se crearon 4 escuelas primarias, 3 secundarias, un liceo para mayores, un jardín de infantes y 4 bibliotecas. Además hay talleres de empleo, carpintería, mecánica, bordados, confección y artesanía. oficios a partir de los cuales los pobladores consiguen sus propios ingresos. Todas las obras se financian a través de donaciones internacionales y todo lo que ellos mismos producen.
El Padre Pedro encontró la manera de combatir la pobreza y forjar futuro: Trabajo, escolarización y disciplina. Y con solo ver su obra, está claro que funciona. Para el Padre Pedro "los planes de asistencia social son lo peor que se le puede hacer a un pobre. El asistencialismo denigra a las personas y las vuelve inútiles, impidiéndoles salir de la marginalidad", comentó el hombre, quien agregó: "Yo les enseño a valerse por si mismos, en confiar en su capacidad, sacar el máximo provecho y saber que con trabajo y esfuerzo todo es posible". En Madagascar la pobreza es extrema y miles de niños mueren bajo la sombra del olvido, del hambre, de la absoluta falta de oportunidades. Sin embargo, un sacerdote argentino, casi un total desconocido en la Provincia, parece haber encontrado la fórmula para convertir el mundo en un lugar mejor.