Todo lo sólido no se desvanece en ningún lado: Un mensaje del fenómeno Milei sobre la necesidad de refundar los partidos
La irrupción “libertaria” en Argentina puede abordarse desde diferentes disciplinas y, dentro de ellas, desde distintas aristas. Aquí no recaeremos en melancolismos estériles ni en indignaciones morales tardías, sino que buscaremos tomar un efecto de dicha experiencia que puede dejar una enseñanza para el conjunto de quienes pretenden transformar la realidad desde otras órbitas.
Por Emmanuel Rossi (Lanoticia1.com)
A grosso modo, el fenómeno Milei es hijo de la posmodernidad: algo así como el anverso del neoliberalismo woke, la otra cara de la misma moneda. Sin embargo, dentro de esta trama líquida, un mensaje cabal y sólido ha resurgido, y al parecer toda la clase dirigente lo está dejando de lado: el “libertario” ha logrado cristalizar la demanda latente de un candidato que, más allá de la veracidad y posibilidad metodológica, tenga un discurso concreto y bastante limpio, sin retruécanos engañosos ni enunciados contradictorios y/o relativistas, donde blanco es blanco, y negro es negro. Hablamos principalmente aquí del Milei de campaña, quien -sin proponérselo- no sólo demostró que los partidos políticos han creado su propia crisis, sino que, además, desnudó esa supuesta necesidad, presentada como inexorable, de engordar alianzas proselitistas de amontonados para vencer en las urnas.
Para ahondar: la clásica y redundante crisis de las estructuras políticas tradicionales (y non tanto) no es producto del azar o de los tiempos, sino que es intrínseco al propio devenir partidocrático; hoy las palabras“Radical” o “Peronista” se han tornado prácticamente significantes vacíos. Las carátulas partidarias son, desde hace rato, cascarones resecos, macerados a la luz de la conveniencia personal de los vivillos de siempre: los becados vitalicios del Estado. En este sentido, Horacio Rodríguez Larreta fue el gran derrotado en 2023. Nadie conocía su plataforma, ni su programa económico (de hecho, se negó a explicarlo), ni su proyecto de país. Sin embargo, unió desde socialistas hasta liberales (como José Luis Espert), pasando por todo el abanico ideológico, con el objetivo de engrosar al máximo sus filas camaleónicas; pero su performance electoral fue pésima. El rejunte y la no aserción (generados adrede) perdieron.
Alberto Fernández fue otro de los grandes derrotados de este período, aunque su caída fue previa y más nociva para el conjunto de los argentinos. El relativismo ideológico (que no debe ser confundido con “tibieza” política) quedó fuera de juego. Milei, más allá de sus inconsistencias técnicas, teóricas y de oratoria, generó una identidad. Los ciudadanos, poco más, poco menos, comprendieron hacia dónde decía que la sociedad debía dirigirse, y además tomó la agenda abandonada por el progresismo posmoderno hegemónico y habló de los temas que le importaban a las grandes mayorías (economía y seguridad).
Es cierto que también Alberto Fernández y su grupo de interés le allanaron el camino de una manera nunca antes vista, inculcando la máxima desesperanza hasta en sus propios simpatizantes. De hecho, si Milei no arrasó en primera vuelta fue por sus limitaciones como candidato, como político y como sujeto…
En este escenario, el “libertario” prefirió esquivar el armado de un frente de ensamblaje, para no claudicar demasiado en sus ideas (lo que lo volvería uno más del montón: “casta”) y así expuso al resto. Por supuesto que necesitó de aparatos externos para trabajar en los comicios, y ahora los necesita para gobernar, pero trató de que sus máximas se mantuvieran erguidas, al menos desde lo discursivo/identitario. Porque nadie se identifica con algo que no es, o que puede ser y no ser al mismo tiempo. La realidad es unívoca, y nunca se equivoca.
Muchos votantes estaban aguardando que les hablaran de sus problemas, en su idioma y con un relato verosímil y homogéneo. No era tan difícil de inferir, a menos que se priorizase el dogma por sobre la empiria.
De todo este contexto complicadísimo para el país, quienes aspiren a tener protagonismo político deberían tomar nota de este suceso, quizás el único positivo que ha surgido del fenómeno Milei: Lo sólido no se desvanece en ningún lado si no queremos que se desvanezca, y las utopías, la identidad y el horizonte de futuro se generan no en el aire, sino sobre bases concretas de las cuales asirse.
A (re)fundar los partidos que se acaba el mundo…
Comentarios
Para comentar, debés estar registrado
Por favor, iniciá sesión