Bonaerenses por el mundo: de vivir en la calle a ser vecino de Mel Gibson; Francisco recorre América vendiendo alfajores
Pipa nació en Vicente López. Cansado de su rutina como empleado, un día dejó todo para lanzarse a la aventura. Ya recorrió 10 países vendiendo alfajores con la receta de su abuela. Comió de la basura, vivió en la selva y pasó de disputarse la comida con los monos a codearse con estrellas de Hollywood en las playas más exclusivas del Caribe. Conocé sus historias de viajes, a puro fútbol y dulce de leche.
Una receta de la abuela, una pelota siempre cerca y una mochila al hombro. Así empezó el viaje de Francisco Melaragno, un bonaerense de Carapachay que un día decidió dejar todo para recorrer América vendiendo alfajores caseros. En el camino aprendió que los sueños no se cumplen por arte de magia, sino con disciplina, constancia y algo de chamuyo. Porque si algo tiene claro este buscavidas, es que la calle enseña más que cualquier escuela, y que la fe -en uno mismo y en los demás, como él mismo dice- es lo único que no se puede perder.
En diálogo con LANOTICIA1.COM, este joven de 36 años cuenta que durmió en la calle, vivió en la selva, comió de la basura y estuvo a punto de ser repatriado. Pero también fue vecino de Mel Gibson y Matt Damon, quienes le compraban alfajores en las playas más exclusivas del Caribe. Aprendió inglés vendiendo en la costa, horneó rodeado de serpientes y monos que le robaban la comida de la heladera cuando vivía en Costa Rica, venció al dengue y se reinventó durante la pandemia con un tupper y alcohol en gel, yendo casa por casa con una sonrisa.
Fanático del Calamar y de Ronaldinho -llegó hasta México solo para verlo jugar en el Querétaro-, Francisco asegura que vender alfajores es como armar una táctica de fútbol: hay que pensar cada jugada, leer la cancha y no aflojar. Cayó en las drogas, tocó fondo, pero volvió a empezar. Hoy es padre, creyente y embajador del “no te rindas” a cada paso. Esta es su historia: una historia de lucha, de aprendizajes, de fútbol y de dulce de leche, que demuestra que con trabajo, corazón y un buen alfajor, se puede llegar muy lejos. Conocela.

—¿Cómo te presentarías para que la gente te conozca?
Mi nombre es Francisco, tengo 36 años, soy hincha de Platense. Viajo hace 15 años por toda América. Nací en Carapachay, pasé mi infancia en Villa de Mayo y antes de irme a viajar viví en Villa Hidalgo, el barrio de Gonzalo “Lavandina” Bergesio. En Argentina trabajé como vendedor, era empleado, y en 2013 empecé a viajar y no paré más. Ahora vivo en San Pablo, Brasil.
—¿Cómo fue que pasaste de ser vendedor a convertirte en cocinero ambulante?
Mi abuela me enseñó a cocinar, hice cursos también, y un día decidí irme del país, no por nada grave, sino por algunos problemas personales y el cansancio. Quería ser un poco más libre. Ahí empecé a emprender como cocinero. Hago dulces, hago de todo, pero me especializo en repostería. Aprendí mucho siendo empleado, pero me cansé y quise ser mi propio jefe. Entonces decidí mezclar lo que sabía de ventas con la cocina y lo visual. Arranqué haciendo alfajores artesanales, con una receta de familia a la que le puse mi estilo viajero caribeño. Cada alfajor tiene una historia de algún país donde estuve. Y eso soy: un vendedor ambulante de dulces. Me gusta decirlo así.
—¿Cómo fue el comienzo de tu vida como emprendedor?
Hoy tengo una empresita personal de la calle. Empecé a creer en mí, a jugármela, a dármela contra la pared, sabiendo que iba a tener errores y aciertos. Puede salir mal, puede salir bien. Pero comida y agua no te van a faltar nunca, en ningún lugar. Pasé momentos locos. Empecé a vender en la playa. El primer lugar donde fui fue a Centroamérica, llegué a Costa Rica porque estaba apasionado por ese país, quería conocerlo. Después seguí por tierra: Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Panamá… y llegué hasta México. Fui hasta allá porque quería ver a Ronaldinho jugar en el Querétaro, ya al final de su carrera. Lo fui a ver a un partido y me terminé quedando a vivir en México dos años, una locura. Soy un apasionado del fútbol. Nunca pensé que iba a vivir allá.
Después volví a Costa Rica y ahí sí me dije: "A este trabajo voy a hacerlo bien, con disciplina y constancia". Porque en el camino te encontrás con de todo: gente copada, gente oscura, y muchas facilidades para caer en cosas pesadas. Pero también podés elegir hacer un viaje lindo, limpio, y conocer paraísos que te van a quedar siempre en la mente.
—¿Tuviste que pasar momentos difíciles en el camino?
Sí, claro. Empecé trabajando lavando copas en un restaurante y me pagaban bien. Ahí aprendí a ahorrar, sé ahorrar, y eso me ayudó mucho. Igual hubo momentos en los que estuve abajo, y siempre aparece una mano, algún amigo o alguien que te da una ayuda, viste, que tenés que pedir. Es muy loco cómo funciona eso: a veces amigos de toda la vida desaparecen y, en cambio, aparece gente nueva que te da una mano, que confía en vos. Hay gente buena, existe de todo.

—¿Cómo te las rebuscaste en Costa Rica para arrancar con tu emprendimiento?
En Costa Rica hice un voluntariado en un hostel. Ahí las cosas se dan por comida y cama. Entonces vas a un hostel, le decís que necesitás trabajar, y te ofrecen 4 o 5 horas de laburo: jardinería, recepción, esperar a los turistas… y a cambio te dan el desayuno y una cama. Con eso ya tenés techo y comida.
Yo, con los manguitos que tenía, iba al súper, compraba los ingredientes para mis alfajores y me prestaban la cocina del hostel. Cuando terminaba las horas de trabajo, tenía el día libre: cocinaba y salía a vender a la playa. Así generé mi capital. A los tres meses ya me estaba alquilando una casa.
Si sabés mantener la plata, si sabés ahorrar —a veces comés arroz y mate todos los días— después te das un buen gusto. Todo depende de tus ganas de laburar. Yo me organizaba: un mes a pleno, hacía una bocha de alfajores, trabajaba 4 o 5 días seguidos, medía el ingreso. Porque si trabajás un día sí y otro no, nunca ves el ahorro. Después me tomaba unos días de descanso. Tenía el paraíso, la playa… Vivía barato, y cuando me quería dar un gusto, me lo daba. Y nada, loco… se puede. Es cuestión de saber ahorrar también.

—¿Qué sentís que aprendiste en todos estos años viajando y trabajando en la calle?
En la calle aprendí a hablar inglés. La calle es la escuela, siempre lo digo. Ahí tenés todas las herramientas. Hay gente copada, gente que no, como en todos lados. Pero depende de vos. Vos decidís qué hacer con lo que te pasa.
—¿Alguna vez te pasó algo insólito vendiendo alfajores en la playa?
Sí, en Costa Rica me pasó de estar vendiendo alfajores en la playa y cruzarme con Mel Gibson, por ejemplo. Y resultó ser que era mi vecino, al igual que Matt Damon. ¡Los dos eran vecinos míos! Y conversando descubrís que son iguales a vos. Yo, siendo vecino, me los cruzaba y me decían: "Che, Pipa, traéme un par de alfajores". Una locura.
—¿Cómo es el alfajor que te compraban Mel Gibson y Matt Damon?
Es buenísimo. Ese alfajor lo hago con una masa tipo pastafrola, mezcla con masa de scone, lo que le dicen masa quebrada, como la que hacía la abuela. ¿Viste cuando eras pibe, ibas a comer las galletitas, tomabas la leche y después salías a jugar a la pelota? Bueno, esa.
Le pongo tres tapas de scone, dulce de leche casero hecho por mí, cobertura de chocolate y arriba le metía coco rallado con frutita de colores: verde, amarillo y rojo. Bien rasta. Mango, kiwi y frutilla. Ese alfajor era el que les gustaba a ellos y me lo pedían todos los días.
¿Te gusta esta historia?
¡Contános la tuya!—¿Tuviste algún momento en que pensaste en dejar todo y volver a casa?
Sí, en Panamá. Fue el único país de toda América donde me fue mal. No conecté con la gente, no había buena energía y no vendía casi nada. Me deprimí. Vendía cuatro alfajores en todo el día y me preguntaba: ¿qué está pasando acá? La gente es muy cerrada, no por maleducada, sino porque es otra cultura. Nadie te dice hola, buen día, gracias… Entré en una depresión fuerte. Viví 10 días en la calle, comía de la basura, no me podía bañar. Estaba sucio, cansado, con miedo. Pensé en entregarme en migraciones para que me repatrien. Ni en pedo le podía contar a mi vieja porque se moría.
Y justo cuando tomé la decisión y estaba yendo a migraciones, me para una mujer frente a una iglesia. Me dice: “Soy fotógrafa, tenés cara de gringo, de turista, ¿te podemos sacar una foto?” Y yo le dije que sí. Me sacó la foto, me dijo que era para una revista de Panamá, me dio un voucher para comer en McDonald’s… y 200 dólares. Yo me largué a llorar. Estaba en la calle, sin un peso y cagado de hambre.
Ahí fue cuando dije: No me vuelvo. Me voy a donde me fue bien. Y volví a Costa Rica. Con 40 dólares me compré un pasaje en bondi. Con el resto, compré la producción, pedí otra vez las 4 horas de laburo en el hostel, volví a hacer mis alfajores… Y en un mes me alquilé una casa. De la ruina total, a tener todo de nuevo. Fue una locura.

—¿Cómo ves hoy a la Argentina desde afuera y qué cambió en vos desde que saliste?
En Argentina yo aprendí a vender mintiendo, y a lo largo del viaje aprendí a vender con la verdad y la sinceridad. Sincerarse y ser verdadero es hermoso. Fue un camino largo: en total ya recorrí Bolivia, Uruguay, Venezuela, México, Costa Rica, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Brasil.
La decisión de irme fue una mezcla de todo: un poco por política, por los que gobernaban... En un momento tuve odio, pero después me dije: “No seas boludo”. Empecé a crecer de la cabeza. No puedo echarle la culpa a nadie. No creo más en los políticos. Creí, o quise creer, pero ya no.
Y la Argentina… desde afuera se ve distinto. Allá siempre sufrimos, pero el argentino tiene unos huevos y unas ideas para laburar que son increíbles. A veces la pasamos horrible, después mejoramos, después retrocedemos, vamos para adelante, para atrás, nos acercamos… Es una locura. Pero hay algo que no cambia: la fuerza para salir adelante.
—¿Cómo fue convertirte en papá en medio de un viaje tan largo y cómo te afectó la pandemia?
Tengo un hijo que se llama León, es de Costa Rica. Conocí a su mamá, que es brasilera e hincha de Palmeiras, vendiéndole alfajores en la playa. Pintó el amor, y León nació en Puerto Viejo, Talamanca, en el Caribe costarricense. Ese lugar es tan mágico que quiero pasar ahí mis últimos días. Es mi lugar en el mundo, al igual que la cancha de Platense.
Cuando León tenía un año, arrancó la pandemia. Fue durísimo porque yo vivo del turismo en la playa. Cerraron las fronteras, no podías salir a vender, te multaban. Se frenó todo. Aguanté cinco meses sin ingresos, y con la mamá de mi hijo, que en ese momento era mi pareja, decidimos irnos a Brasil con su familia.
Allá estuve seis meses más en cuarentena, sin poder laburar. Me empecé a deprimir. Pero la familia de ella nos ayudó un montón. Hoy estamos separados hace cuatro años, pero seguimos siendo amigos, familia. Tenemos la guarda compartida de León. Nos turnamos una semana cada uno, y los domingos comemos todos juntos.
Después de eso volví a Costa Rica. Empecé de nuevo con un tupper, un barbijo y alcohol en gel, vendiendo casa por casa. Algunos me abrían la puerta, otros tenían miedo. Pero cuando se empezaron a abrir los locales, empecé a crecer otra vez. Y acá estoy, loco, vivo, dándole para adelante.
—¿Cómo se mezclan el fútbol y los alfajores en tu vida?
Fútbol y alfajores, esa es mi vida. Y mi hijo, claro. A la hora de vender soy como un técnico: cuando tengo vendedores, hago tácticas de venta. Todo se mezcla. El fútbol me enseñó a pelearla, a tener disciplina, a dejar todo. Como repostero aprendí a concina muchas cosas, pero con el alfajor me va bien y equipo que gana no se toca.
En toda América reconocen el chamuyo argentino, saben que somos luchadores, guerreros, que metemos mucho. Lo del racismo o las cargadas es más que nada futbolístico. Para mí los brasileños, por ejemplo, son hermanos. Pero en la cancha es otra cosa: ahí soy el más hijo de puta de la historia, quiero que pierdas y que te vayas a la mierda. Después del partido, te invito un asado, pero durante los 90 minutos no me importa nada. Igual que cuando salgo a vender.
—Después de tantos años viajando, ¿qué aprendiste sobre vos y sobre los demás?
Aprendí que quiero paz. Creo en un mundo de amor y paz, loco. En que está todo bien si nos ayudamos entre todos. En un viaje tan largo te vas a dar contra la pared, te van a cagar, vas a tener sorpresas lindas y feas, pero tenés que confiar, tener fe y creer en la gente, porque hay mucha gente buena también.
Toda la ayuda que recibí siempre intenté devolverla. A veces con plata, comida o un abrigo, otras veces con un consejo o dejando que alguien se bañe en mi casa. Yo también estuve ahí. Caí en drogas pesadas cuando era pibe y me la creía, pero un día dije: “¿qué estoy haciendo?”. Desde que conocí la palabra de Dios, cambié.
Y cuando sos padre... todo pasa a otro nivel, más copado, más lindo, más humano.

—¿Cómo era tu vida cotidiana en Costa Rica?
Una locura, boludo. Vivía en la selva, tuve dengue dos veces. Tenía serpientes en el patio, monos que venían a robar comida de la heladera. Imaginate, la cocina la tenía afuera, en un quincho, y a la heladera le ponía candado porque los monos venían a chorearme la comida. Mi hijo les daba bananas y después se pasaban el dato, caían en manada los monos que vivían arriba del árbol.
Y a todo eso, sumale serpientes por todos lados. Tenés que tener cuidado porque estás en la selva posta. Pero al mismo tiempo, era un paraíso. Horneaba los alfajores, hacía dos pasos y estaba en una playa con agua transparente vendiendo ahí, hablando en inglés y español. Volvía a casa con la platita guardada, compraba pañales para mi hijo. Toda la plata giraba en el lugar, no mandaba a Argentina. Comía ahí, vivía ahí, disfrutaba ahí. Es una locura hermosa.
—¿Cuál es el mejor alfajor de Argentina? Sacando el tuyo, claro.
Mirá, a mí me gustaba… cuando no tenía un mango, el alfajor Fulbito. Salía 10 centavos, era el clásico del pibe que no tenía un peso. Me salvaba. Pero bueno, después me cansé del Fulbito y me fui al Cachafaz. Me hice enfermito del Cachafaz, mal. Es otro nivel. Igual viste cómo es… el alfajor es como el fútbol: cada uno tiene su camiseta.
—Por último, ¿Qué mensaje le podes dejar a los argentinos, a los bonaerenses, a los futboleros?
Que no tengan miedo. Que se animen a cumplir sus sueños. Lo que te guste hacer, hacelo, aunque no tengas un mango. Algo va a pasar. Pedile al de arriba, que va a llegar. Pero también movete, ponéle ganas, disciplina, constancia.
Y sobre todo, que no se maten por un partido político. Que nos unamos más. Que creamos en nosotros. En serio: crean en ustedes mismos y salgan a cumplir sus sueños. Porque la riqueza es estar en paz.
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