La curiosa historia del Intendente de Chascomús: De casi ser cura, a enamorarse y terminar siendo maestro como su esposa
Javier Gastón estuvo a punto de ser sacerdote, pero el amor y la docencia cambiaron su rumbo inesperadamente. Hoy, cuenta con una trayectoria de 26 años como maestro y lidera su ciudad con el mismo espíritu de servicio que aprendió en el seminario y en las aulas.
Javier Gastón, actual intendente de Chascomús, volcó su vida al servicio comunitario, un recorrido que comenzó en la escuela y hoy se despliega en la política local. Con 56 años, y tras tres mandatos al frente de su ciudad, El Chapa -como le dicen desde pequeño-, no oculta su orgullo por las raíces que lo conectan con su pueblo. “Soy el tercer Gastón en ser intendente de Chascomús y es mi tercer mandato”, comenta con una sonrisa, aludiendo a su tío abuelo, que ocupó el cargo durante la presidencia de Frondizi, y a su padre, que fue jefe comunal durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
Sin embargo, el camino de Javier es muy particular. Tras pasar su adolescencia en Chascomús, decidió ingresar a un seminario en Córdoba, donde permaneció por nueve años preparándose para ser sacerdote. Pero, como él mismo relata, al final de su formación, un cambio de corazón lo llevó a tomar una nueva dirección. “Me di cuenta de que ese no era el camino que realmente me llenaba. Fue entonces que conocí a quien hoy es mi esposa, Andrea, y juntos comenzamos a formar nuestra familia”.
A su regreso a Chascomús, El Chapa encontró su nueva vocación: la docencia. Se formó como maestro de grado y en 1998 inició su carrera en las escuelas de su ciudad. “La docencia me cambió la vida”, afirma sin titubear. “No sé si habré impactado tanto en mis alumnos, pero definitivamente la docencia me transformó. Descubrí que enseñar no es sólo transmitir contenidos, sino acompañar a los chicos en su desarrollo personal y colectivo”.
Durante dos décadas, Javier forjó vínculos profundos con la comunidad educativa, un espacio que para él fue mucho más que un lugar de trabajo. “Siempre les decía a los padres que la escuela está para acompañar, pero la educación de los hijos es tarea de ellos. Nosotros brindamos las herramientas para que los chicos enfrenten la vida de otra manera”, reflexiona. Y ese acompañamiento no era solo académico; también implicaba apoyar a los estudiantes en situaciones difíciles, como muchos maestros con vocación de servicio lo hacen día a día. “Viví experiencias duras, pero también momentos muy lindos con los chicos. A veces un abrazo era todo lo que necesitaban”, comenta.
Un momento clave que recuerda con cariño ocurrió en 2001, cuando la situación económica y social en Argentina era muy complicada. Javier trabajaba con chicos de quinto grado y juntos iniciaron proyectos solidarios para ayudar a otros alumnos en condiciones aún más precarias. “Lo increíble es que muchas veces esas ideas venían de los mismos chicos, que sentían la necesidad de hacer algo por los demás. Organizamos colectas de alimentos, elaboramos tortas y hasta creamos huertas escolares. Ver esa chispa de solidaridad en chicos tan jóvenes fue algo que me marcó profundamente”, comparte emocionado. Hoy, más de 20 años después, sigue cruzándose con aquellos exalumnos, ya adultos, que le recuerdan con cariño esas jornadas solidarias.
Ese sentido de comunidad y servicio que Javier desarrolló en las aulas lo acompañó al asumir el cargo de intendente en 2015. “Todo lo que aprendí como docente lo traje a la política”, afirma. “Para mí, el poder es servicio. Estoy acá para acompañar a mis vecinos en los procesos que necesitamos para ser una sociedad más justa y democrática”.
Al hablar de política, Javier destaca que el espíritu democrático no se trata solo de un sistema de gobierno, sino de un estilo de vida. “La democracia es donde todos somos parte de las soluciones a nuestros problemas”, asegura, rememorando a San Martín: “Seamos felices, que lo demás no importa”.
Hoy, cumpliendo su tercer mandato al frente del Ejecutivo municipal, Javier Gastón sigue encontrando inspiración en los valores que lo guiaron desde su juventud: el amor por su familia, el compromiso con su comunidad y la certeza de que el servicio es el camino hacia una vida plena. Como él mismo resume: “La docencia me cambió la vida, pero me dio mucho más que una profesión: me dio la oportunidad de ser feliz ayudando a otros”.
La entrevista completa:
¿Podrías presentarte y contarle a los bonaerenses quién sos y qué rol desempeñás?
Soy Javier Gastón, tengo 56 años y soy vecino de Chascomús. Desde 2015 ocupo el cargo de intendente municipal. Antes de asumir este rol, fui maestro de grado durante 20 años, una experiencia que considero una bendición y que me ayudó a moldear gran parte de lo que soy hoy.
Sabemos que tenés una historia particular, venís de una familia con tradición política, con tu abuelo y tu padre como intendentes, y vos seguiste ese camino, aunque también construiste el tuyo propio. Nos gustaría que nos cuentes sobre tu historia.
En primer lugar, quiero destacar que el pueblo de Chascomús es un pueblo sufrido. Yo soy el tercer Gastón en ser intendente, y además, es mi tercer mandato (risas). Mi abuelo fue intendente radical en la época de Frondizi, a fines de los años 50, y mi papá lo fue en 1983, cuando Raúl Alfonsín era presidente, también dentro del radicalismo. En mi caso, desde 2015 soy intendente de Chascomús, pero no milito en el radicalismo. En su momento, decidimos formar un partido vecinal, Unidad por Chascomús, que luego se integró a diferentes frentes electorales. Hoy, soy intendente por Unión por la Patria.
Mi camino no empezó directamente en la política. Viví en Chascomús hasta los 18 años, y luego me fui a Córdoba para entrar al seminario. Durante nueve años me formé para ser sacerdote, pero en el último año decidí dejar los estudios de teología. Al volver a Chascomús, sentí el llamado de la docencia. Empecé a estudiar para ser maestro de grado y me recibí en 1997. Al año siguiente, comencé a trabajar en las escuelas, y así fue como, paralelamente, fui construyendo mi camino en la política y la educación.
Tu historia de vida es bastante particular, marcada por un profundo amor por Dios, al punto de estar a un paso de convertirte en sacerdote, y también por el amor hacia tu compañera de vida. ¿Podrías contarnos cómo fue esa historia?
Durante mis años en el seminario, tuve la oportunidad de recorrer el país con la Congregación Claretiana, lo que me permitió conocer de cerca diversas realidades sociales, especialmente en distintas regiones de Argentina. Sin embargo, casi al finalizar mi formación, me di cuenta de que ese no era el camino que realmente me llenaba o satisfacía. Fue en ese momento que me conecté profundamente con quien hoy es mi compañera de vida, Andrea, la madre de mis hijos. Decidí dejar el seminario y, con el tiempo, formamos nuestra familia.
El amor de pareja fue lo que me ayudó a redirigir mi vida, pero sin renunciar a las convicciones más profundas sobre el propósito que tenemos en este mundo. Cambié el rumbo, pero mantuve esos valores que siempre me guiaron.
¿Cómo descubriste tu vocación por la educación y cómo fueron tus primeros años dando clases?
Mi vínculo con la docencia empezó durante mis años en el seminario, ya que tenía una acción pastoral en barrios populares de Córdoba y también en Rosario, donde trabajaba con chicos, adolescentes y adultos. Ahí me di cuenta de que tenía cierta facilidad y un don para transmitir conocimientos, lo que me llevó a estudiar la carrera de magisterio.
En 1998 comencé a trabajar formalmente como maestro de grado. Aunque lo vivía como una vocación, también era una tarea laboral. Desde el primer día, descubrí que la docencia no es solo enseñar contenidos, sino acompañar a los chicos en su desarrollo personal, en un proceso colectivo de aprendizaje y formación. Siempre les decía a los padres que la escuela está para acompañar, pero la educación de los hijos es tarea de ellos, de las familias. Nosotros, como docentes, colaboramos en ese proceso, brindando las herramientas para que los chicos puedan enfrentar la vida de otra manera.
Ser docente me cambió la vida. No sé si yo habré impactado tanto en mis alumnos, pero definitivamente la docencia me transformó. Me permitió participar de procesos colectivos, ayudando a otros a ser felices, mientras yo también encontraba mi felicidad en ese intercambio. Más allá de las crisis o dificultades, siempre fue una tarea enriquecedora.
El aula es un espacio clave, donde no solo se construye conocimiento, sino donde nos encontramos personas de diferentes realidades, con distintas formas de ver el mundo, y eso nos impulsa a construir sociedades más democráticas, basadas en el respeto y el aprendizaje mutuo. La escuela es mucho más que un lugar de enseñanza, es un lugar de encuentro y crecimiento, tanto para los chicos como para los docentes y las familias.
Muchos maestros con vocación de servicio hacen un gran trabajo tanto dentro como fuera del aula, corrigiendo, planificando, brindando contención, y a veces hasta dando un abrazo que los chicos no reciben en casa. ¿Te tocó vivir esas experiencias?
Sí, esas experiencias ya venían desde mis años más jóvenes, incluso mi ingreso al seminario tiene que ver con esa vocación de servicio que mencionás. Esta pasión por ayudar y acompañar a otros ha marcado toda mi vida, al igual que la de muchísima gente. También quiero destacar que en mi tarea docente compartí mucho con mi esposa, que es maestra de grado, y que comenzó antes que yo en la docencia. Ella solía estar en los primeros grados, mientras que yo trabajaba en los más altos, en otra escuela, pero siempre compartimos esa misma pasión por la educación y por transformar nuestras comunidades desde el aula.
El servicio ha sido el motor en mi vida, tanto en el seminario, en mi relación de pareja, en mi carrera docente, como en la política. Entender el poder como servicio me ha guiado siempre: estamos aquí para acompañar los procesos de los demás, y esos son procesos colectivos. La ciudadanía, la democracia, se construyen entre todos. Como decía San Martín: 'Seamos felices, que lo demás no importa'. Y aunque vivamos en un contexto de muchas injusticias y con gente que la está pasando muy mal, nuestra tarea es acompañar, para que todos se sientan parte. No solo parte de un sistema democrático como estructura de gobierno, sino de una democracia como estilo de vida, donde participemos activamente en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas y en la construcción de una comunidad más justa y feliz.
¿Qué anécdota de tus años en el aula recordás que te haya marcado profundamente, algo que aún te quede grabado? ¿Qué historia de aquellos años te viene a la mente ahora?
Mirá, todos sabemos lo complicados que fueron los fines de los años noventa y principios del 2000. La situación social era muy difícil, tal vez no tanto como ahora, pero igualmente complicada. Recuerdo que en el 2001, empecé a trabajar con los chicos para que pudieran ver más allá de la realidad de sus propias familias. Muchos de ellos estaban pasando por situaciones duras, y nos propusimos generar proyectos solidarios para ayudar a otros chicos de su misma edad que estaban en condiciones aún más difíciles.
Trabajaba con alumnos de quinto grado, y una de las cosas que más me marcó fue cómo ellos mismos se preguntaban: '¿Cómo podemos ayudar a los chicos de tal escuela?'. Así surgieron campañas solidarias, como la recolección de alimentos o la elaboración de tortas en la cocina de la escuela, que luego llevábamos a otros colegios para compartir. También hicimos proyectos de huertas para que las familias pudieran acceder a alimentos frescos y saludables. Lo increíble era que estas ideas muchas veces venían de los mismos alumnos, que desde su perspectiva sentían la necesidad de hacer algo por quienes no tenían los mismos recursos.
Lo que más me impactaba era ver esa chispa de solidaridad en chicos tan jóvenes, de 10 o 11 años, y cómo eso los motivaba a salir de sí mismos para ayudar a los demás. Al mismo tiempo, les hacía entender que la solidaridad era necesaria porque había otros que no estaban cumpliendo su rol de garantizar condiciones de igualdad para todos.
Hoy, muchos de esos chicos, que ya tienen 35 o 36 años, me los cruzo por la calle y todavía recuerdan con cariño aquellas jornadas solidarias del 2001. Esas experiencias dejaron una huella en ellos, y también en mí. Ver cómo algo tan simple como una campaña de tortas o una huerta podía generar conciencia social en los chicos fue muy significativo para mí.
¿Qué significa la docencia para vos?
La docencia me cambió la vida, realmente me llenó el alma. El trabajo docente me permitió aprender muchísimo, no solo en el aula, sino también en la relación con los chicos, las familias y la comunidad. De esos años al frente del grado me llevé experiencias que hoy aplico en mi rol de intendente, especialmente los vínculos con personas que en su momento fueron mis alumnos y que hoy son adultos, con sus propias familias.
Para mí, es una emoción inmensa encontrarme con esos chicos que hoy tienen 35 años y que me presentan a sus hijos, que tienen la misma edad que ellos tenían cuando los conocí. Es una sensación muy linda, que guardo en lo más profundo de mi corazón. Esos encuentros me recuerdan el impacto que tiene la docencia, no solo en la vida de los alumnos, sino también en la mía. Y es algo que llevo conmigo siempre.
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